Cuando el Señor es nuestro maestro, siempre hay algo nuevo y asombroso por descubrir.
el fotógrafo Ansel Adams dijo en una oportunidad: “Algunas veces voy a lugares justo cuando Dios está listo para que alguien haga clic en el disparador de la cámara”. He experimentado momentos como este en mis viajes, pero son regalos especiales del Señor. Con mayor frecuencia sucede lo contrario. Se necesita tiempo para tomar una buena fotografía. La persona que la toma debe estar en el lugar correcto, y esperar hasta que la luz sea perfecta. El resultado final puede parecer fácil, pero lograr esa foto exige habilidades adquiridas a lo largo de toda una vida. He estado captando imágenes durante décadas, y todavía estoy aprendiendo cosas nuevas cada vez que estoy detrás del lente.
La Biblia nos enseña al igual que la fotografía, que la vida cristiana no es algo que se llega a dominar totalmente.
Nacer de nuevo no es la meta final de nuestra fe; es donde comienza una relación con el Señor. Desde el momento que recibimos a Cristo como nuestro Salvador, comenzamos a crecer y a desarrollarnos, y este proceso permanente es una de las mayores bendiciones de ser un hijo de Dios. Él nos ama demasiado como para dejarnos donde estamos, y cada día nos ofrece la oportunidad de aprender algo nuevo acerca del Señor y de vivir más cerca del centro de su voluntad. Algunas lecciones son fáciles de aprender, mientras que otras requieren algo de dolor y de sacrificio para entenderlas. Sin embargo, todas ellas son necesarias si queremos ser más como Cristo, “el autor y consumador de la fe” (He 12.2).
“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!”, escribe el apóstol Pablo. “¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Ro 11.33). En vez de sentirnos desanimados por esto, recordemos que este es un motivo de regocijo porque —cuando el Señor es nuestro maestro— siempre hay algo nuevo y asombroso por descubrir.
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