Pablo nunca afirmó que era capaz de
lograr todo lo que Dios lo llamó a hacer. Simplemente aprendió a mirar más allá
de su propia incompetencia, a la competencia de Cristo. Si adoptamos la misma
práctica, podremos descubrir las bendiciones ocultas en nuestras experiencias
de incompetencia.
Nuestra insuficiencia nos lleva a
Dios. Cuando
nos damos cuenta de que una situación es más grande de lo que podemos manejar,
nos apresuramos a abrir la Biblia y orar en busca de orientación y poder.
La incompetencia nos libera de la
carga de tener que luchar con nuestras propias fuerzas. El Señor nos tiene justo donde
nos quiere, sin nada que podamos ofrecer.
La incompetencia lleva a la
dependencia del poder divino. Nunca seremos competentes hasta que recurramos
al poder del Espíritu Santo. Él hace en nosotros y a través nuestro lo que Dios
nunca quiso que hiciéramos con nuestras propias fuerzas.
Al utilizar personas poco capaces,
Dios demuestra cuán grandes cosas puede hacer. El Señor se deleita escogiendo
a personas que no prometen nada, para realizar sus propósitos. No hay límite a
lo que Él puede hacer por medio de alguien dispuesto a darle el control total.
El sentimiento de incompetencia
desafía nuestra fe. Pablo
dice: “Nuestra competencia proviene de Dios” (2 Co 3.5). Quienes se
enfocan en la fiabilidad de esta promesa y dan un paso de obediencia, crecerán
en la fe.
¿Por qué sufrir el temor, la presión
y la frustración que acompañan los sentimientos de insuficiencia, cuando hay
una alternativa? Deje que el Señor le haga competente: confíe en Él, y
permítale vivir en y a través de usted.
Dr. Charles Stanley