Podemos saltar de la cama listos para enfrentar el día, o decidir escondernos debajo de las sábanas si sentimos el deseo de no hacer nada. Sin embargo, el Dios que nos acompañó durante la noche es fiel, no importa cómo nos sintamos.
por Charles F. Stanley
¿Qué lo despertó esta mañana? Usted puede pensar que fue la alarma del reloj, pero hay realmente una sola razón por la que usted fue capaz de salir de la cama hoy —porque el Señor es fiel. Anoche, cuando usted se quedó dormido, renunció a todo control y cayó en la inconsciencia. Dios fue quien mantuvo latiendo su corazón, y quien llenó sus pulmones de aire mientras descansaba. Durante toda la noche, Él cuidó de usted, y después le abrió los ojos para que pudiera disfrutar de un nuevo día.
Si somos sinceros, la mayoría de nosotros tendríamos que reconocer que no acostumbramos a pensar en la fidelidad de Dios para con nosotros, sobre todo cuando se trata de las actividades comunes de la vida. Pero pensemos en la diferencia que eso implicaría para nuestra perspectiva, si lo primero que hacemos en la mañana es enfocarnos en Él, y darle gracias por haber cuidado de nosotros durante toda la noche. Las palabras deLamentaciones 3.22, 23 se convertirían en una realidad en nuestra vida: “El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!”
Ahora bien, la mayoría de nosotros no tenemos problemas en recordar esto cuando la vida es favorable y podemos sentir las bendiciones del Señor. Pero ¿qué sucede cuando no son tan evidentes? ¿Dónde está Él cuando estamos caminando por valles profundos y oscuros, y no hay un final a la vista? ¿O qué de esos momentos en que tenemos la sensación de estar lejos de Dios, y no podemos sentir su presencia cuando no recibimos respuesta a nuestras oraciones? Tal vez hemos caído en un pecado, y pensamos que no merecemos sus bendiciones porque, después de todo, no hemos sido fieles a Él.
En primer lugar, tenemos que entender que la fidelidad de Dios no depende de nuestro proceder o de nuestras respuestas (2 Ti 2.13). En otras palabras, Él no es más fiel cuando somos buenos, o menos cuando le desobedecemos. En segundo lugar, nuestras circunstancias y emociones son un indicador poco fiable: las dificultades y los sufrimientos no significan que el Señor nos haya olvidado o abandonado; y sentirse distante de Él no es prueba de que Él está lejos. El Señor sigue siendo fiel cuando lo amamos, y cuando no; cuando tenemos necesidad, o cuanto tenemos abundancia; cuando estamos conscientes de Él, o cuando no lo estamos.
El problema es que definimos a la fidelidad de manera diferente a nuestro Padre celestial. Queremos que Dios nos ayude en nuestros términos. Nos gustaría vernos inmediatamente libres de nuestros problemas, sanados de todas las enfermedades y libres de las preocupaciones económicas. Pero el Señor está comprometido a mantener su Palabra, no a cumplir con nuestras necesidades y deseos inmediatos.
Por ejemplo, si hemos sido rebeldes, podemos contar con que nuestro amoroso Padre celestial nos disciplinará sabiamente y de manera apropiada (He 12.6, 7). Cuando experimentamos pruebas, Él se compromete a utilizarlas para producir constancia y un carácter probado en nosotros (Stg 1.2-4). Si estamos bajo ataque espiritual, Dios “(nos) fortalecerá y protegerá del maligno” (2 Ts 3.3). En el momento de la tentación, Él promete poner un límite para que no seamos tentados más allá de lo que podemos aguantar, y darnos una salida que podamos resistir (1 Co 10.13). Sea cual sea la situación o la coyuntura que experimentemos, el Señor obra de acuerdo con su voluntad.
La fidelidad de Dios se basa en su naturaleza. Ella es uno de sus atributos. A pesar de que no siempre entendemos lo que está haciendo, o por qué permite ciertas circunstancias, podemos confiar siempre en quién es. Cuatro características de Dios nos aseguran que Él es fiel:
Su inmutabilidad. La fidelidad del Señor es constante, porque Él nunca cambia. Él no nos trata mejor en una situación que en otra, y su amor por nosotros nunca fluctúa. En cambio, nuestras vidas están llenas de giros, nuestros planes son continuamente objeto de ajustes, y nuestras emociones nos hacen sentir como si estuviéramos en una montaña rusa. Experimentamos cambios, de manera muy parecida a los cambios de estación de la naturaleza: hay períodos de productividad, contentamiento y buena salud —pero pueden cambiar rápidamente a tiempos de necesidad económica, desánimo o enfermedad debilitante. Pero en todos los cambios de la vida, necesitamos el ancla de la inmutable fidelidad de Dios para alentarnos.
Su omnisciencia. También encontramos seguridad en el hecho de que el Señor lo sabe todo, de principio a fin. Él entiende todos los detalles y facetas de lo que estamos pasando, así como el resultado final. El dirige cada circunstancia de nuestra vida para llevar a cabo sus objetivos. Y puesto que es fiel, podemos saber con certeza que Él está obrando para su gloria y para nuestro bien si lo amamos y somos llamados conforme a su propósito (Ro 8.28).
Su omnipotencia. Dios es todopoderoso. Podemos tener la seguridad de que Él es plenamente capaz para dar respuesta a todas las necesidades y controlar cada circunstancia —independientemente de la coyuntura de la vida en que nos encontremos. Aunque es posible que pueda decidir no quitar los obstáculos y las dificultades, Él promete fortalecernos por medio de ellas, si confiamos en Él.
Su omnipresencia. El Señor está siempre con nosotros, y por eso nunca viajamos solos por la vida. No importa qué tan largo o cuán corto pueda ser el viaje, Él está allí, y nunca nos desamparará ni dejará (He 13.5). No importa lo lejos que podamos correr, no estamos fuera del alcance de su amor, misericordia y compasión.
¿Qué podemos esperar de Dios?
Cuando nos volvemos a Dios en medio de nuestros problemas, su paz nos rodea y su poder nos sostiene. Debido a que sabe cuándo es esencial una coyuntura para nuestro desarrollo espiritual, Él la usará para transformarnos en personas que reflejen la imagen de su Hijo. Y mientras eso sucede, descubriremos que Él es todo lo que dice ser.
Cuando sufrí una lesión en el otoño pasado, recordé cuán fiel es el Señor. Al comienzo, debido a la intensidad del dolor, encontraba difícil concentrarme lo suficiente para orar o leer la Biblia. Lo único que podía hacer era estar acostado y decir: “Señor, voy simplemente a tener que descansar en tus brazos suficientes y eternos, y a confiar en que me guiarás a través de esto”.
Aunque mi temporada de dolor fue bastante corta, es posible que algunos de ustedes hayan sufrido por algún tiempo. Es natural querer superar los problemas y disfrutar de buenos tiempos, pero ¿qué tal si usted dijera: “Padre, mantenme en esta temporada hasta que hayas hecho tu voluntad y alcanzado tu plan perfecto? Con este acto de sometimiento, comenzará a tener paz en su corazón, en vez de ansiedad. Aunque puede ser que la situación no cambie, su actitud y sus sentimientos sí cambiarán. Cada vez que usted decide creer que Dios es fiel, y vivir de acuerdo con esa convicción —aun cuando la vida sea difícil— su fe crece. Usted puede descansar bien, sabiendo que el Señor está haciendo siempre algo bueno.