Las bendiciones de Dios nunca escasean, pero eso no significa que está bien ser derrochadores.
por Leslie Leyland FieldsSi tuviéramos que calcular la cantidad de desechos que producimos diariamente, la mayoría de nosotros descubriría que estamos botando demasiado, incluyendo comida. Pero, de tener la oportunidad, ¿quisiéramos mirar detalladamente lo que arrojamos? El hecho es que nuestra basura puede impartirnos sabiduría. Ella nos recuerda que no somos criaturas independientes que nos mantenemos por nuestros propios esfuerzos o recursos.
No podemos dejar de crear desechos. Aun el agua más pura se convertirá en desecho en nuestro cuerpo. Siempre hay algo que sobra. Los muertos son los únicos que no producen nada.
En este país, tendemos a ser derrochadores. Nos inclinamos a cansarnos de nuestra ropa antes de que se gaste. A menudo nos servimos demasiada comida y botamos el resto, sepultando más de 30 millones de toneladas de comida en basureros cada año (como nación, generamos alrededor de 250 millones de toneladas de desecho anualmente). La verdad es que botamos mucho porque compramos demasiado. Y compramos demasiado porque, en el país de la abundancia, no siempre es fácil saber la diferencia que existe entre necesidad y deseo. Siguiendo la lógica, hay algo que está claro: en términos de economía humana, cuando tenemos más, botamos más.
Pero no es así en la economía de Dios. En Juan 6.1-14, leemos acerca del momento en que Jesús convirtió el almuerzo de un muchacho en un banquete para 5.000 hombres. Cuando todos habían comido y quedado maravillados, Él dijo a sus discípulos: “Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada” (v. 12). A pesar de su capacidad de producir recursos infinitos, Jesús recomendó el ahorro. Eso es difícilmente lo que esperamos nosotros. Cuando la comida es escasa, cuando los recursos son pocos, y cuando un dios es limitado y sus milagros poco frecuentes, esperamos que haya frugalidad. ¡Sí, ahorramos cada migaja! ¡Porque quién sabe si habrá más después! Pero ¿cuándo el Dios de toda plenitud ha dejado de saciar cada apetito y satisfacer cada necesidad? Aun así, ¿qué no se pierda nada? Sí, aun así. Especialmente así. En tiempos de abundancia, como también de escasez, los recursos de Dios son preciosos.
En la economía del Señor —tanto en la de la abundancia como en la del ahorro— estamos llamados a no desperdiciar nada. En la parábola de los talentos del Señor Jesús (Mt 25.14-29), vemos esto de nuevo. Dos hombres responden acertadamente en cuanto a los vastos recursos que les fueron confiados por su amo (un “talento” equivalía a veinte años de salario). Invierten sabiamente y ganan más, devolviendo el doble a su amo. Pero el último hombre, que había recibido la menor cantidad de dinero, no hace uso de lo que recibió sino que lo entierra por temor y desconfianza. Entonces lo devuelve de mala gana a su jefe, diciéndole: “Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste (v. 24). No solo falla al no hacer uso del recurso que le había proporcionado su amo, sino que su motivación para no usarlo realmente aumenta su delito: proyecta su propia mezquindad a un hombre dadivoso. Por no confiar en lo que su amo le ha entregado, ni en su naturaleza generosa, el hombre lo pierde todo. Mientras tanto, a los hombres que han duplicado su dinero se les da más.
Para utilizar nuestra redención bien, no podemos enterrar o almacenar lo que el Señor pone bajo nuestra mayordomía —ni nuestro dinero o nuestro tiempo; ni (literalmente) nuestros talentos, afectos, pérdidas, aflicciones o fortalezas. Al igual que los hombres de la parábola, ya sea que se nos entreguen una o cinco bolsas de oro, se espera que utilicemos y multipliquemos lo que hayamos recibido, para el éxito de todos.
Servimos al Dios de la abundancia y también del ahorro, cuyas medidas son muy diferentes a las nuestras. En una cultura derrochadora que nos incita, paradójicamente, a consumir por un lado, y a salir de las cosas por el otro, el Señor calladamente nos ordena, en medio de un banquete: Que no se pierda nada. Cuando vemos bien el valor de todo lo que Dios nos ha dado, y lo usamos correctamente, podemos esperar escuchar las palabras de Mateo 25.23: “Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”.