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8.03.2012

Si tan solo...

Aprenda a vivir más allá del remordimiento

por Marlo Schalesky
Era una decisión sencilla. No podía permitir que mis hijas viajaran fuera de la ciudad y perdieran su primer día de clases solo para ir a una fiesta de "sombreros rojos" de su bisabuela. Después de todo, la escuela es importante, y el sentido común no me estaba diciendo: "Lamentarás esto durante toda tu vida".
Pero lo hice.
Pocas semanas más tarde, la bisabuela enfermó. Después empeoró. Fue hospitalizada por un ataque cardíaco congestivo, y un par de meses más tarde mis niñas estaban asistiendo a su funeral en vez de a su fiesta.
Fue entonces cuando el remordimiento me golpeó duramente. Nunca más tendrían otra oportunidad de quedarse con su bisabuela. Nunca más cantarían la canción que habían practicado, ni le llevarían los dibujos que habían hecho especialmente para ella. Nunca más la abrazarían y besarían, ni compartirían historias, ni reirían con ella de nuevo. Yo, su mamá, excesivamente práctica, les había robado su última oportunidad, y no había nada que pudiera hacer para hacer volver ese tiempo.
Pasaron las semanas, pero no el incómodo remordimiento. En vez de eso, comenzaron a surgir los "si tan solo…" Si tan solo hubiera dicho que sí. Si tan solo no me hubiera preocupado por la escuela. Si tan solo las hubiera llevado a visitarla en el momento que supe que estaba enferma. Si tan solo…
Los "si tan solo..." se convirtieron pronto en "qué ocurrirá si…", y mis decisiones rutinarias se volvieron cada vez más confusas. ¿Qué ocurrirá si cometo un error y tomo una decisión equivocada otra vez? ¿Sería egoísta de mi parte ocuparme de mi lista de quehaceres, en vez de llamar a mamá? ¿Debo dejar que mi hija vaya a jugar a la casa de su amiga, o hacer que realice primero su tarea de la escuela? ¿Es muy importante que compre estos zapatos, o debo ahorra ese dinero para adquirir algo más necesario? ¿Debo aceptar este proyecto, o no? Las preguntas eran por lo general legítimas, pero el remordimiento no hacia más sabias o más piadosas ninguna de mis decisiones, sino más confusas y agotadoras.
Entonces comencé a ver cómo estaba el remordimiento afectando negativamente la vida de las personas a mi alrededor. "Si tan solo hubiera elegido una carrera diferente", decía una amiga. "Si tan solo me hubiera casado con otra persona", se lamentaba otra. "Si tan solo no hubiera comprado esa casa; si no hubiera sido sexualmente activa antes del matrimonio; si no hubiera tomado hasta embriagarme; gritado a mi hijo; perdido todo ese dinero; dicho esas cosas; hecho esas cosas…"
Algunos remordimientos eran mucho más serios que otros, pero vi que los "si tan solo…" no nos estaban llevando a tomar mejores decisiones. Nos tenían cautivas, con el temor de haber perdido lo mejor de Dios para nosotras; y que era ya demasiado tarde. Esta esclavitud a la culpa no viene del Señor; Él nos llama al arrepentimiento, no al remordimiento. En Filipenses 3.13, 14, Pablo dice: "Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús". Yo no había estado haciendo eso. Había estado ocultando y casi atesorando remordimiento en mi corazón. Y al repasar una y otra vez mi error, le había dado el poder para moldear mi vida.
Nadie quiere tomar las mismas malas decisiones más de una vez. No es el deseo ni la voluntad de Dios que vivamos en el pasado; el Señor siempre nos ofrece perdón, y otra oportunidad para dejar que Él nos guíe. La única manera de recibir la libertad que Él pone delante de nosotros, es simplemente confesarle nuestra falta, arrepentirnos, y tomar la decisión de vivir en el presente.
Para mí, el arrepentimiento involucró dejar de valorar más mi agenda de actividades y los dictados del calendario, que crear relaciones. Esto significó amar más a las personas, en vez de lograr mis metas, y permitir que mis hijas hagan lo mismo. Tuve que entender que nada está garantizado o en última instancia bajo mi control. Tuve que pedirle sabiduría al Señor para hoy; y ojos para ver cómo lo hace.
Descubrí que el arrepentimiento no solo trae libertad, sino que también hace posible asimilar plenamente el poder del Señor para que éste transforme cualquier cosa en nuestras vidas, para su gloria. El arrepentimiento dice: "Aquí estoy, Señor. ¡Renuévame!" Él nos llama a traerle nuestros remordimientos, nuestro arrepentimiento, y luego a esperar con expectativa su poder transformador, aun cuando parezca demasiado tarde. Él puede tomar nuestros pecados y errores, y sacar algo bueno de ellos. De eso se trata la cruz. Miqueas 7.18, 19 dice que el Señor "se deleita en misericordia… sepultará nuestras iniquidades… echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados". El perdón del Señor es total.
No podemos cambiar el pasado o deshacer lo que hemos hecho. Pero Dios nos ofrece una vida abundante ahora mismo. La decisión de recibirla es nuestra.

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