El siguiente artículo toca un tema vidrioso respecto al llamado "sacramento" de la confesión católica, muy de puntillas el autor trata de bosquejar un panorama que en el transcurso de los siglos has sido soslayado y poco conocido por el grueso de la humanidad creyente. En todo el contexto de los libros que componen la Biblia no se hace mención de la palabra sacramento, esta palabra de raíces latinas y griegas fue tomando auge y fue usada para remarcar los principales mandamientos y estatutos evangélicos. Si bien es cierto los "apóstoles" fueron investidos de potestad para remitir pecados, el acto de " confesar pecados" es un acto que básicamente es parte de la oración directa a Dios o al Señor Jesucristo, la llamadas penitencias no configuran un real acto de justicia, pues el creyente tiene que alimentarse de la palabra de Dios en los evangelios para encontrar la forma de rectificar su conducta y hallar gracia a los ojos de Dios, el Cristiano verdadero ya fue limpiado de pecado con el sacrificio del hijo de Dios y es una apostasía el que alguien tome su lugar...(PM)
Al confesar este sábado a cuatro jóvenes peregrinos de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), el Papa puso el acento sobre el sacramento de la penitencia, ignorado por muchos fieles y percibido de forma sospechosa por la sociedad civil debido al secreto que protege la confesión de crímenes como la pedofilia.
Es la primera vez que, en el marco de una JMJ, un Papa administra él mismo este sacramento, pero durante toda esta fiesta de la juventud católica, han estado llenos los 200 confesionarios temporales instalados en el parque del Retiro madrileño.
Para Benedicto XVI, este sacramento por el que Dios, mediante el sacerdote, da su perdón al pecador, es central en la vida cristiana, y supone una iniciativa de arrepentimiento y reconciliación, descrita en el Evangelio.
Como ya hiciera Juan Pablo II antes que él, insistió para que se haga de manera seria.
Al anunciar la pasada semana el otorgamiento de una indulgencia plenaria (perdón de las faltas) para los peregrinos, tradicionalmente acordada en cada JMJ, el Vaticano precisó que este perdón de los pecados sólo sería válido si el peregrino se confiesa de manera sincera antes de ir a comulgar.
La confesión resistió mal al terremoto que supuso la apertura de la Iglesia, en el Concilio Vaticano II (1962-65). Antes de eso, era sinónimo de una lista de pecados que se confiesa a un sacerdote invisible tras la rejilla de un confesionario. Una iniciativa a menudo traumatizante, automática, repetitiva y obligada.
La Iglesia del post-concilio insistió en el carácter voluntario de la confesión, renombrándola como "sacramento de la reconciliación". Incluso procedió a absoluciones colectivas. Un exceso en sentido contrario que hacía demasiado fácil la confesión y denunciado por Juan Pablo II y Benedicto XVI.
En un momento en que las consultas de los psicólogos están llenas, la Iglesia vuelve a poner en primera línea la relación con el sacerdote en el momento de la confesión, viendo en ello una iniciativa de cara a Dios, al otro ofendido, y a uno mismo. Los jóvenes descubren a menudo la confesión por primera vez en las JMJ.
Y, sin embargo, este "sacramento de penitencia" es visto con recelo por la socieda laica debido a su pasado.
Permitió a malos sacerdotes controlar a sus fieles, ejercer una manipulación mental, crear angustia en jóvenes frágiles y, sobre todo, ha sido a menudo, durante confesiones en colegios, cuando se han cometido actos pedófilos en diversos países, desde Irlanda a Estados Unidos o Alemania.
Hoy en día, el asunto del secreto de confesión es una bomba de relojería: en Irlanda y Australia, principalmente, se contemplan iniciativas legislativas previendo perseguir a los curas que, oyendo a otro sacerdote confesar un pecado pedófilo, no lo denuncien a la policía. Sin embargo, el tabú del secreto de confesión, estipulado en el artículo 983 del Código de derecho canónico, es total: este secreto es inviolable, siendo el sacerdote nada más que el intermediario entre el pecador y Dios.
Esta dimensión religiosa, incomprendida por los no creyentes, forma parte de este sacramento. Lo único que puede hacer el confesor es negar la absolución de sus pecados al autor del crimen mientras no vaya a denunciarse él mismo y animarle a hacer esto último. Las nuevas directivas antipedofilia de la Iglesia van en ese sentido.
En cambio, un sacerdote que rompa el secreto de confesión se arriesga a la excomunión. Algunos obispos que han comparecido ante tribunales acusados de haber encubierto a pedófilos se han defendido afirmando que estaban atados por el secreto de confesión. La Iglesia no modificará ese dogma por muy doloroso que pueda ser para ella.
Jean-Louis De La Vaissiere
Es la primera vez que, en el marco de una JMJ, un Papa administra él mismo este sacramento, pero durante toda esta fiesta de la juventud católica, han estado llenos los 200 confesionarios temporales instalados en el parque del Retiro madrileño.
Para Benedicto XVI, este sacramento por el que Dios, mediante el sacerdote, da su perdón al pecador, es central en la vida cristiana, y supone una iniciativa de arrepentimiento y reconciliación, descrita en el Evangelio.
Como ya hiciera Juan Pablo II antes que él, insistió para que se haga de manera seria.
Al anunciar la pasada semana el otorgamiento de una indulgencia plenaria (perdón de las faltas) para los peregrinos, tradicionalmente acordada en cada JMJ, el Vaticano precisó que este perdón de los pecados sólo sería válido si el peregrino se confiesa de manera sincera antes de ir a comulgar.
La confesión resistió mal al terremoto que supuso la apertura de la Iglesia, en el Concilio Vaticano II (1962-65). Antes de eso, era sinónimo de una lista de pecados que se confiesa a un sacerdote invisible tras la rejilla de un confesionario. Una iniciativa a menudo traumatizante, automática, repetitiva y obligada.
La Iglesia del post-concilio insistió en el carácter voluntario de la confesión, renombrándola como "sacramento de la reconciliación". Incluso procedió a absoluciones colectivas. Un exceso en sentido contrario que hacía demasiado fácil la confesión y denunciado por Juan Pablo II y Benedicto XVI.
En un momento en que las consultas de los psicólogos están llenas, la Iglesia vuelve a poner en primera línea la relación con el sacerdote en el momento de la confesión, viendo en ello una iniciativa de cara a Dios, al otro ofendido, y a uno mismo. Los jóvenes descubren a menudo la confesión por primera vez en las JMJ.
Y, sin embargo, este "sacramento de penitencia" es visto con recelo por la socieda laica debido a su pasado.
Permitió a malos sacerdotes controlar a sus fieles, ejercer una manipulación mental, crear angustia en jóvenes frágiles y, sobre todo, ha sido a menudo, durante confesiones en colegios, cuando se han cometido actos pedófilos en diversos países, desde Irlanda a Estados Unidos o Alemania.
Hoy en día, el asunto del secreto de confesión es una bomba de relojería: en Irlanda y Australia, principalmente, se contemplan iniciativas legislativas previendo perseguir a los curas que, oyendo a otro sacerdote confesar un pecado pedófilo, no lo denuncien a la policía. Sin embargo, el tabú del secreto de confesión, estipulado en el artículo 983 del Código de derecho canónico, es total: este secreto es inviolable, siendo el sacerdote nada más que el intermediario entre el pecador y Dios.
Esta dimensión religiosa, incomprendida por los no creyentes, forma parte de este sacramento. Lo único que puede hacer el confesor es negar la absolución de sus pecados al autor del crimen mientras no vaya a denunciarse él mismo y animarle a hacer esto último. Las nuevas directivas antipedofilia de la Iglesia van en ese sentido.
En cambio, un sacerdote que rompa el secreto de confesión se arriesga a la excomunión. Algunos obispos que han comparecido ante tribunales acusados de haber encubierto a pedófilos se han defendido afirmando que estaban atados por el secreto de confesión. La Iglesia no modificará ese dogma por muy doloroso que pueda ser para ella.
Jean-Louis De La Vaissiere
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