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4.14.2017

Lecciones del Getsemaní


Cuando el sufrimiento parezca insoportable, ¿quién mejor que el Varón de Dolores al que acudir?

La manera como queremos que sea la vida, y lo que realmente es, son dos cosas muy diferentes. Hay algo dentro de nosotros que anhela que todo funcione sin problemas y de manera cómoda. Podemos tener momentos o incluso períodos así, pero al final enfrentaremos situaciones que nos causarán dolor, desesperación y dificultades. El sufrimiento en la vida es inevitable, pero nuestra respuesta al mismo es una opción.
¿Dónde acudir en momentos como estos? Hay muchas opciones, pero he descubierto que lo único confiable es la Palabra de Dios. La Biblia —el manual de Dios para la vida— nos enseña cómo responder a cada circunstancia. Es el único recurso verdaderamente suficiente para cualquier necesidad que enfrentemos. De todos los personajes de la Biblia, solo hay uno que nunca pecó: Jesús; Él actuó siempre de acuerdo con la voluntad del Padre, aun cuando el resultado implicaba un gran sufrimiento. Al examinar cómo manejó el sufrimiento nuestro Salvador, comprenderemos mejor de qué manera debemos reaccionar antes momentos similares.

La razón del sufrimiento
Una de las primeras lecciones que aprendemos del trayecto de Jesús a la cruz tiene que ver con la razón del dolor y la aflicción. A lo largo de los siglos, la gente ha luchado con esta cuestión, pero el sufrimiento de Cristo nos enseña por qué la aflicción es una realidad permanente en el mundo.
Debemos recordar que todos sufrimos por causa del pecado. La transgresión se originó en el huerto del Edén cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios. A partir de ese punto en adelante, la Tierra ha estado bajo maldición, y todos los seres humanos hemos nacido con una naturaleza de pecado. Es por eso que tenemos enfermedades, muerte, desastres naturales, accidentes, violencia y dificultades de toda clase. La intensidad del sufrimiento de Cristo en la cruz demuestra la gravedad y el alcance de lo que está mal en el mundo y en las personas. Tenemos la tendencia a pensar solo en el dolor insoportable de su crucifixión, pero la mayor agonía de Jesús no fue física. Cuando fue colgado en la cruz, el pecado de toda la humanidad fue puesto sobre Él para sufrir la ira de Dios (1 P 2.24). No podemos siquiera imaginar tal sufrimiento. El pecado puesto sobre Cristo fue tan grande que el Padre le dio la espalda —por primera y única vez, Dios Padre y Dios Hijo estuvieron separados (Mt 27.46). Realmente, nadie ha sufrido más de lo que Jesús sufrió. Pero eso era lo que se requería para reconciliar a la humanidad caída con el Señor.



Los beneficios del sufrimiento
Aunque a nadie le gusta el sufrimiento, Dios lo usa para enseñarnos. Hay algunas lecciones que no podemos aprender de ninguna otra manera —cosas acerca del Señor, de nosotros mismos y de otras personas. Las aflicciones son también purificadoras. Hacen que nos examinemos a nosotros mismos para ver las actitudes, los pensamientos o los pecados que Dios quiere quitar de nosotros, de modo que podamos ser utilizados totalmente por Él. La aflicción y las dificultades son también muy motivadoras. A veces, es la única manera que tiene el Señor de hacernos más obedientes. Como un padre que nos ama, Él sabe que la disciplina y la corrección son necesarias para nuestro crecimiento espiritual. El sufrimiento también quita las distracciones que nos impiden cultivar una relación más profunda con el Señor. Cuando todas estas cosas son quitadas, venimos al Padre con las manos vacías y descubrimos una intimidad con Él que nunca habríamos conocido sin el dolor.

Las respuestas al sufrimiento
Mientras estemos en este mundo, enfrentaremos dolores y dificultades. Al igual que Jesús, tendremos noches oscuras en nuestro propio Getsemaní, pero Cristo nos dio el ejemplo de cómo reaccionar cuando la voluntad de Dios incluya más dolor del que pensábamos que éramos capaces de soportar (Mt 26.36-46).
En tiempos de sufrimiento, podemos luchar en oración. Cuando el terror de lo que le esperaba cayó sobre Jesús esa noche, inmediatamente recurrió a su Padre. Su agonía no fue causada por renuencia a cumplir con el propósito de Dios —morir en la cruz fue la razón por la que había venido al mundo. Lo que aterraba a Jesús era la separación de su Padre. Es por eso que oró diciendo: “Si es posible, pase de mí esta copa” (Mt 26.39).
A diferencia de las luchas que enfrentó Cristo, las nuestras a menudo implican una renuencia a obedecer la voluntad de Dios, o la incertidumbre en cuanto a lo que Él está haciendo. Cuando el dolor es tan intenso, lo único que queremos es sentir alivio. Pero, aunque seguimos pidiendo quedar libres de nuestro sufrimiento, Dios se mantiene silencioso y nada cambia. Aunque parezca como si a Él no le importara, el Señor está demostrando su amor al utilizar nuestro sufrimiento para enseñarnos, purificar nuestro corazón, motivar la obediencia y profundizar nuestra relación con Él. Él responderá nuestras oraciones, pero solo en su tiempo y a su manera. Mientras tanto, nos confortará y nos fortalecerá, como hizo con Jesús en el huerto de Getsemaní.
Aunque parezca como si a Él no le importara, el Señor está demostrando su amor al utilizar nuestro sufrimiento para profundizar nuestra relación con Él.
La lucha terminará solo cuando nos sometamos al Señor. Jesús fue a su Padre tres veces, preguntando si habría otra manera de lograr la redención de la humanidad; sin embargo, cada vez terminaba su petición con estas palabras: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt 26.39). Por tercera vez, supo que esta era la única manera. Fue entonces cuando su lucha terminó, y su determinación por llevar a cabo la voluntad del Padre se hizo más fuerte: “Porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto no me avergoncé; por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado” (Is 50.7).
No puedo recordar cuántas veces me he levantado de la cama en medio de la noche, caído de rodillas, y clamado a Dios. Pero sé efectivamente cuando termina la lucha —cuando digo finalmente: “Señor, me rindo. Que se cumpla tu deseo, no el mío”. Mis circunstancias no han cambiado, el dolor sigue allí, pero mi sometimiento al Señor me ha dado las fuerzas y ​​la confianza para soportar cualquier circunstancia que Él haya permitido.


No podemos escapar de la aflicción y de la adversidad, pero sí podemos elegir la manera en que reaccionaremos ante ellas. Si nos indignamos o nos resentimos, si culpamos a otros, si tratamos de manipular nuestra manera de salir de la situación, o si resistimos a Dios, nuestro sufrimiento habrá sido en vano. Pero el Señor quiere que confiemos en Él en medio de nuestra angustia. Cuando nos rendimos a su voluntad, sabiendo que Él la está utilizando para lograr algo grande en nuestra vida, nos dará la gracia para soportar y ser más semejantes a Cristo. 
                                                                                                                               (Charles Stanley)

4.09.2017

Hablad verdad...

Zacarias 8:16,17
16 Estas son las cosas que habéis de hacer: Hablad verdad cada cual con su prójimo; juzgad  en vuestras puertas verdad y  juicio de paz:

17 Y ninguno de vosotros piense mal en su corazón contra su prójimo, ni améis el juramento falso: porque todas estas son cosas que aborrezco, dice Jehová.